En
ocasión del próximo River-Sevilla, evocamos la figura de Carlos Diéguez, delantero argentino, e hincha de la Banda Roja, que brilló en el equipo nervionense entre 1957 y 1967. Allí se casó y formó su familia, y tras colgar
los botines trabajó como conserje del Sánchez Pizjuán hasta casi su
fallecimiento, en 2005.
Ayer
en este mismo blog repasábamos el único antecedente de un Sevilla-River, los
enfrentamientos del equipo hispalense ante cuadros argentinos, además de los
cinco jugadores que defendieron ambas camisetas. Asimismo, mencionamos algunos
futbolistas que defendieron la camiseta del Sevilla y que, pese a no jugar en
River, profesaron su amor por la Banda Roja, y entre ellos sobresale el de José Carlos Diéguez Bravo, interior derecho
(o delantero) que jugó en Nervión entre 1957 y 1967, ganándose para siempre un
hueco en la afición sevillista.
Diéguez
había nacido en Córdoba, Argentina,
en 1936, incorporándose a los 18 años a San
Lorenzo de Almagro. Pero ese viaje de 700 kilómetros hasta Buenos Aires se
quedaría en nada cuando, a los 21, y sin haber debutado con el Ciclón en
Primera División, cruzó el charco para fichar por el Sevilla. A orillas del Guadalquivir encontraría su lugar en el mundo,
echando raíces, formando una familia y trabajando en Sevilla hasta su
fallecimiento, en 2005.
En su momento, en el sitio palanganas.com reseñaron: “Rápidamente se convirtió en uno de los jugadores foráneos más
queridos por la afición nervionense. Fue un jugador incisivo y goleador que se
compenetró perfectamente con otros grandes jugadores de su época sevillista. En
su momento llegó a ser uno de los jugadores más codiciados del fútbol español”.
Si
bien había arribado en 1957, Diéguez debutaría recién en abril de 1958, en el
tramo final de la temporada. Desde entonces, en una década como jugador blanquirrojo disputó 235
partidos oficiales con 73 goles, siendo actualmente el décimo máximo artillero en la historia del
club andaluz. Como curiosidad, el cordobés anotó el primer gol sevillista en la
Recopa de Europa, en 1962, y en la Copa de Ferias, en 1966. Luego de su etapa
nervionense, también jugó en la Gimnástica de Torrelavega, Oviedo y Sant
Andreu.
“Diéguez se casó en
España (con Mercedes), una hermana de Manolito Pérez, el eterno masajista del
Sevilla, con la cual tuvo tres hijos, aunque uno de ellos el mayor falleció
trágicamente en accidente de motocicleta. Esto marcó el resto de su vida. Se
había radicado en Sevilla tras colgar las botas, y estaba jubilado después de
haber estado vinculado al club en calidad de conserje, hasta el 2002. Tristemente,
el 25 de mayo de 2005, falleció a los 70 años de edad a causa de una enfermedad
que le llevaba afectando varios años atrás”, puede leerse también en la web antes
mencionada. Asimismo, el cariño de la hinchada por el argentino puede
reflejarse también en la peña Carlos Diéguez, de Ronquillo, localidad situada a 40
kilómetros de Sevilla.
- Una tarde de abril de 2001
Reconozco que sólo al enterarme de su muerte en 2005 caí en que lo había conocido en persona, sin saber lo querido que él había sido en Sevilla. La historia se remonta a abril de 2001, cuando aún yo vivía en Argentina y estaba de viaje por España. Paseando por Sevilla nos topamos con el Sánchez Pizjúan, y luego de la foto de rigor a los escudos en la fachada exterior, intentamos acceder al club. Ya era tarde y estaba cerrado. Decidí tocar un timbre, se abre una puerta y un hombre mayor me pregunta “¿qué desea?”. -Hola, vengo de Argentina, podría conocer el estadio y sacar una fotos?” -"¿De Argentina? ¿Puede probarlo?", en tono de broma, por eso del acento porteño. Ya me había arrancado la primera sonrisa, y en minutos ya estaba recorriendo, cámara en mano, la grada del Sánchez Pizjuán.
“Carlos”,
que era el nombre que yo me había quedado, aprovechaba para contar historias
del equipo, recordando partidos, goles, anécdotas, como si además de conserje
fuera una especie de guía turístico del Sánchez Pizjuán. Faltaban tres días para un
Sevilla-Betis, y “Carlos” me preguntaba que con quién iba yo. –“Que gane el
mejor, yo soy de River”, traté de salir del brete, sabiendo que en el Benito Villamarín (entonces Ruiz de Lopera), un par de horas antes, también me habían tratado estupendamente. –“No, que si quieres ir con
alguien, yo te invito, digo que eres mi sobrino y listo”. Yo no lo podía creer,
primero por su amabilidad, y segundo porque a la mañana siguiente partíamos para
Alicante. Desde allí vimos el partido por tele, uno a uno, gol de Gastón Casas
para el Betis.
“¿Ahora
que sé que sos argentino, cómo sé si sos de River?”, seguía cachondeándose. Entonces,
abrí la mochila y saqué la casaca riverplatense que llevaba a todos lados. -“No
te puedo creer, mi equipo en la Argentina. Yo también soy de River. Jugué en
San Lorenzo, pero sigo siendo de River. Acá pude jugar contra el mejor de todos, Di Stéfano, que era de River como yo”, se entusiasmó Carlos, sacando a relucir una tonada cordobesa escondida hace tiempo bajo su deje andaluz al hablar. A esa altura del partido, ya me
daban ganas de abrazarlo.
Con
independencia de los colores de cada uno, que si él era de Boca o yo de otro
equipo daba igual, Diéguez era una persona que irradiaba simpatía, un tipo bonachón que intentaba
ayudar a todos, porque cuando estaba ya despidiéndome en la puerta de la cancha,
una señora se acercó para preguntar algo sobre los abonos, y con la misma alegría que
me hablaba a mí, le hablaba a ella, a todos.
Por
eso, cuando leí la noticia de su fallecimiento, sentí un nudo en la garganta. Ahí
me di cuenta que “Carlos” era "Diéguez", que el conserje del Sevilla había sido en realidad una leyenda de ese club. En su humildad, no lo mencionó. Yo me enteré tarde.
Nunca pude darle las gracias, así como tampoco nunca podré olvidarme de aquel
rato con un hombre que merecía la pena conocer. Un fenómeno.
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